viernes, 7 de noviembre de 2014

LA RESPONSABILIDAD



Los dos valientes (para la responsabilidad)






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El pato y el conejo vivían contentos y felices en una casita que poseían en las afueras de la ciudad. Eran tan buenos amigos, que por ningún motivo se hubieran separado para vivir cada uno por su lado, Si era la hora de jugar, lo hacían juntos; si tenían que estudiar, estudiaban juntos; hasta en la hora de la comida, el pato y el conejo tomaban su cubierto al mismo tiempo y se sentaban juntos como buenos camaradas. img004_thumb[12][3]
Cierto día, estando escondidos en el jardín, vieron a dos ladrones; eran el lobo y el oso que traían un gran paquete:
- Escucha – decía el lobo a su compañero – Nos vamos a cubrir con el disfraz de caballo que traemos en el paquete. Así podremos entrar a robar en la casa del pato y del conejo, sin que ellos lo sospechen.
- ¡ Ea !; ya hemos entrado en el patio. ¡chissssssss! ahora no hablemos nada, y vamos a trotar como si fuésemos un caballo de verdad, para que el pato y el conejo se lo crean. A ver si aprendes a trotar como es debido, porque lo estás haciendo a destiempo. Fíjate en mí: ¡plof, plof, plof! ahora vamos mejor …
El falso caballo entró en la casa, pero el conejo se escondió detrás de la radio, y mientras el pato iba en busca de ayuda, comenzó a poner en práctica un plan que se le había ocurrido, imitando la voz de la emisora.
- ¡Atención! ¡Atención, todos! … ¡Atención! ¡Llamada de peligro! Se ha escapado del zoo un furioso león que siente especial predilección por la carne de caballo. Se  aimg005_thumb[10][3]visa a todos los caballos para que corran a esconderse. Todos los caballos y todos aquellos que parezcan caballos deben encerrarse bajo llave. ¡Atención!
- ¿Has oído? – preguntó por lo bajo el oso – No me gusta nada que me tomen por caballo. ¡Auxilio! ¡Corro a esconderme! He visto entrar en la casa a un león enorme; un león gigantesco. ¡Ya está en la sala …!. Voy a esconderme en un agujero, señor caballo, y a usted le deseo suerte. ¡Menos mal que al león le gusta con delirio la carne de caballo. Mientras él se ocupa de usted, a mí me dará tiempo a esconderme. ¡Usted lo pase bien!.
- ¡Amigo lobo! No tengo el menor deseo de seguir pareciendo un caballo. ¡¡ Eh !! Señor león, mire usted bien, no vaya a cometer un disparate. ¡Qué no somos ningún caballo! Todo lo más, somos dos burros, por esta ocurrencia de venir a robar dentro de un disfraz tan peligroso. ¡¡Hasta luego !!.
- No puedes dejarme solo, compadre oso. ¿Viste, acaso, medio caballo en algún lado?. Pies:¿para qué os quiero? ¡Señor león: donde quiera que esté usted, vea que soy un oso, y nada más ni menos que un oso, y bastante grande.img006_thumb[7][3]
- ¡Y yo, un lobo! Soy un lovo con sombrero de copa. ¿De dónde sacan que me parezca a un caballo? ¡Huyamos! ¡Huyamos!.
- No corran tanto, señores ladrones. No hace falta que se den tanta prisa, porque el tal león no existe. Todo ha sido una treta del conejo para librarse de los malhechores.
- Mientras tanto – explicó el pato – , he ido en busca de los guardias, y aquí estamos todos juntos.
- Esta captura es sensacional – dijeron los guardias –, ¡A la cárcel con ellos!
El alcalde premió al pato y al conejo con un hermoso vaso de naranjada, y por su gran comportamiento colocó en el pecho de cada uno la Medalla de Servicios Distinguidos en la caza de Ladrones.
Y se pusieron a bailar muy contentos.
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LA RESWPONSABILIDAD




Felisa en la cristalería

Don Renato Conde era un jubilado que vivía en un departamento situado en la colonia Roma de la Ciudad de México. Los fines de semana recibía a sus hijos y sus nietos. Dedicaba los otros días a leer, tomar café (a veces una copa) con sus amigos, jugar dominó y ver series en la televisión. También empleaba parte de su tiempo para jugar con Felisa, su mascota, una gatita consentida hasta el exceso. Aunque le habían recomendado que la inscribiera con un entrenador para aprender modales, don Renato no hacía caso y dentro de aquella casa Felisa hacía lo que le venía en gana: saltaba de una silla a otra, arañaba los muebles y se acostaba en la cama del señor sin permitirle descansar. Cuando salían a pasear a la calle, don Renato la sujetaba con una correa para evitar que hiciera travesuras.
Una tarde que fueron a caminar don Renato se encontró a don Salvador, un amigo de la juventud. Felisa aprovechó la distracción de la charla para zafarse y corrió tras un ratón que había visto pasar. Asustado, el roedor entró a esconderse en Regalos Milton, una famosa cristalería de aquel barrio. Tratando de capturarlo, Felisa brincaba en los anaqueles, se deslizaba en los aparadores, metía las patas en las vitrinas. En su loca carrera iba destrozando jarrones de porcelana, copas de cristal, finos pisapapeles y figuras de cristal cortado ante los aterrados ojos de don Elías, el dueño de la tienda.
Al cabo de unos minutos, Regalos Milton era una zona de desastre. Felisa no había logrado atrapar al ratón pero había ocasionado destrozos por varios miles de pesos. El estruendo fue tan grande que Don Renato (que seguía platicando) alcanzó a escuchar lo que ocurría y vio, a unos metros, que don Elías trataba de atrapar a Felisa dándole con un periódico. Don Salvador le dijo: “¡Mira nada más lo que hizo tu gata! El costo de los daños equivale a todos tus ahorros. Mejor vámonos para que no tengas que pagar nada.” Don Renato lo miró enojado: “¿Cómo me recomiendas eso? En primer lugar, no puedo abandonar a mi Felisa a su suerte. En segundo, no puedo dejar así al pobre hombre que perdió casi todo.”
Decidido, don Renato caminó hasta la entrada de Regalos Milton. Cuando lo vio Felisa saltó para acomodarse en su hombro. “Vengo a responder por los daños que causó mi mascota” le dijo a don Elías y le entregó una tarjeta con su nombre y su dirección. Días después don Elías le presentó la cuenta de los destrozos. Cuando terminó de revisarla, don Renato se percató de que sólo le estaba cobrando la mitad y le preguntó por qué: “No puedo permitir que usted pierda todos sus ahorros —le dijo don Elías— y, además, usted necesitará dinero para inscribir a Felisa con un entrenador.” Los dos ancianos se quedaron platicando sobre sus vidas y Felisa, muy mustia, se escondió debajo de un colchón.

El pequeño escribiente florentino

En Florencia, Italia, vivía una familia compuesta por el padre, la madre y tres hijos. El mayor se llamaba Carlo. El padre era empleado en los ferrocarriles. Como el sueldo que ganaba no era suficiente, por las noches trabajaba como escribiente (copiaba a mano cartas y otros documentos). Lo hacía porque deseaba ofrecer a sus niños la mejor educación posible. Aunque sabía que Carlo era un poco despistado y disculpaba sus pequeños olvidos, era muy exigente en cuanto a su desempeño en la escuela. Carlo, por su parte, comprendía el esfuerzo que estaba haciendo su padre. Sabía, además, que estaba perdiendo la vista por forzarla tanto de noche. En una ocasión le propuso ayudarlo.
—¡De ninguna forma! —respondió el señor. No quiero que al día siguiente estés cansado y te distraigas en tus estudios. El pequeño no quedó conforme con la respuesta y planeó hacer algo. Por las noches esperaba despierto hasta que su padre terminaba su tarea de copista y se recostaba a descansar un rato. Entonces Carlo se dirigía al escritorio y trabajaba hasta el amanecer. La situación se prolongó por varias semanas. El padre no se daba cuenta de que las copias aumentaban, pues las hacía de forma mecánica y todos los documentos se parecían entre sí. Cuando fue a entregar el material a quien se lo encargaba, le sorprendió ver que recibía más dinero del acostumbrado. Con los ingresos extra que obtuvo compró alguna ropa de invierno para los niños.
Al cabo de un tiempo, el maestro de Carlo se quejó: el niño parecía siempre adormilado y no ponía interés en los estudios. El padre lo regañó. Pero Carlo no contó su secreto y se siguió levantando por las noches para trabajar. Al paso de los días se veía cansado y su madre pensó que quizás estaba enfermo. Una noche, mientras hacía sus copias, el pequeño escuchó ruido. No prestó demasiada atención y siguió con su trabajo. Al poco rato oyó que alguien suspiraba atrás de él. Era  su padre. El señor lo abrazó y le ofreció una disculpa: —Querido Carlo. De veras que ya no veo lo que ocurre a mi alrededor. Doy gracias por tener un hijo como tú.
—Adaptación de un cuento de Edmundo de Amicis incluido en Corazón, diario de un niño.

El aprendiz de brujo

En un inmenso castillo vivía un hechicero que se dedicaba al estudio de las fórmulas mágicas. Nopermitía que nadie fuera a visitarlo y sólo aceptaba la compañía de su joven ayudante, Daniel, unjovencito moreno y espigado que no entendía lo que hacía su maestro. En una ocasión, el mago tuvo que salir a un largo viaje en busca de plantas para una fórmula secreta. Antes de partir le hizo recomendaciones a Daniel: no debía abrir la torre donde él trabajaba, ni tocar sus libros. También le encargó que limpiara algunas habitaciones del castillo. —Es una gran responsabilidad, pero sé que podrás cumplirla —le dijo. Los primeros días Daniel siguió las instrucciones. Pero dos semanas después comenzó a sentir fastidio por las tareas de limpieza. Así que una tarde subió a la torre. Sobre la mesa halló el libro con las anotaciones del mago. Emocionado por pensar podía ser un hechicero, se puso la túnica de éste y, subido en un banquito de madera, comenzó a leer. No entendía las palabras, pero las pronunció en voz alta sin darse cuenta que eran mágicas. De repente, la escoba y el balde se presentaron y se pusieron a sus órdenes.
Daniel se asustó un poco, pero pensó aprovechar la situación. Para limpiar tenía que cargar agua, y le daba flojera. Así que les dio instrucciones de hacerlo.
El balde y la escoba iban y venían, iban y venían. Después de algunas vueltas ya había agua suficiente y Daniel les pidió que no trajeran más. Pero como sólo entendían palabras mágicas no le hicieron caso y siguieron trabajando.
Al cabo de un rato el agua cubría el piso y corría escaleras abajo. Llenó las habitaciones e inundó el castillo pero el balde y la escoba no se detenían. El líquido le estaba llegando al cuello y los objetos del laboratorio flotaban a su alrededor. “¡Auxilio!” gritó el joven aprendiz. En ese instante apareció el brujo. Vio lo que estaba pasando y pronunció las palabras necesarias para resolverlo. El hechizo se detuvo y pronto todo estuvo bajo control. Instantes después el mago reprendió a Daniel: “Antes que aprender magia y hechicería, tienes que aprender a cumplir con las responsabilidades que se te encomiendan”.
—Adaptación de la balada El alumno de magia de Johann Wolfgang von Goethe.

jueves, 6 de noviembre de 2014

LECTURA CRITICA - FUNCIONES DEL LENGUAJE

Oración impersonal en español

En la sintaxis del idioma español, se entiende por oración impersonal (o cláusula impersonal) aquella que ni tiene ni puede tener sujeto sintáctico; esto es:
  1. ningún elemento de los que están presentes, explícitos, en la oración puede ser sujeto;
  2. no se le puede suponer tampoco un sujeto implícito ("omitido, elíptico, elidido, tácito").
Por ejemplo: en la oración “en esta casa se come mal”, (1º) de entrada, ni el sintagma preposicional en esta casa, ni el adverbio mal, ni la palabra se pueden ser sujetos de la misma; (2º) no obstante, podría ocurrir que tuviese un sujeto implícito; pero, si se le añade, se puede ver que tampoco lo acepta: *“en esta casa el / ella se come mal”. En conclusión, se puede decir que es una oración impersonal.
La impersonalidad sintáctica debe distinguirse de la “impersonalidad semántica”; en una oración como “pronto se conocerán las noticias” es fácil observar la presencia de un sujeto gramatical o sintáctico, esto es, un sintagma o palabra que concuerda en número con el verbo: si el verbo fuese “se conocerá”, el sujeto tendría que ser “la noticia”. En este sentido, se trata de una oración no-impersonal. Sin embargo, desde el punto de vista semántico, se trata de una oración impersonal por cuanto no contiene ningún sujeto en el sentido de ‘agente de la acción’, esto es, no se señala ‘quién / quiénes’ conocerán esas noticias.

Tipos de oraciones impersonales en español

  • las formadas con verbos meteorológicos y de fenómenos naturales: llover, tronar, relampaguear, escampar, granizar, nevar, atardecer, anochecer, amanecer... Obviamente, los usos metafóricos de estos verbos anulan la impersonalidad: “le llovieron un montón de críticas” (donde el sujeto sería un montón de críticas).
  • las formadas con el verbo haber en cualquiera de las formas de su conjugación: había muchas personas en el estadio; hay niños en la carretera.
  • las formadas con el verbo hacer y una referencia de tipo climatológica o temporal: hace frío; hace veinte años que no te veo; hizo mucho viento.
  • oraciones del tipo de basta con eso; sobra con mil pesetas.
  • las formadas con el verbo ser con un valor temporal: es tarde, es de día.
  • oraciones con infinitivo con sujeto tácito no referencial
  • oraciones con verbo en primera persona de plural y segunda persona de singular con lectura genérica…
  • oraciones copulativas del tipo de es de día; parece que llueve; está nublado...

Con se

En las oraciones impersonales formadas con se (que, en este caso, se interpreta como un morfema o marca verbal que indica ‘impersonalidad’ y, por lo tanto, no desempeña ninguna función sintáctica), el verbo se sitúa en tercera persona y se refiere a un participante con rasgos ‘humano’ e ‘indefinido’, aunque no necesariamente tenga el valor de ‘agente’: se vive bien en Montevideo; aquí se trabaja mal; se tratará de política en la próxima reunión; aquí se cena siempre a las ocho.
Desde el punto de vista sintáctico, el se es una forma que ocupa el lugar del participante humano que, en caso de aparecer, se comportaría como sujeto; por tanto, la forma se suplanta al sujeto, inhibe, impide su aparición; es decir, resulta un marcador o índice de impersonalidad sintáctica.
Las impersonales con se suelen poseer un valor referencial equivalente al de ‘cualquiera menos yo’, es decir, exclusivo, ya que su empleo prototípico se halla en enunciados genéricos.
Sin embargo, en algunos contextos es posible que la forma se englobe al emisor; esta opción se ve favorecida por la asociación referencial con otros mecanismos de impersonalidad que faciliten el valor inclusivo y, también, por la aparición de un predicativo en la construcción.
Los verbos copulativos pueden también formar oraciones impersonales con se. Son aquellas en las que se predican propiedades de un argumento humano inespecificado, presentadas como circunstancias posibles o eventualidades que condicionan la interpretación del estado de cosas como genérico: no se puede ser tan bueno.
Aunque es infrecuente, el se impersonal también puede aparecer en oraciones con verbos en voz pasiva: cuando se es ofendido impunemente, se vive con rencor.

Lenguaje impersonal

Otra característica del lenguaje académico es presentar una postura objetiva y esto se logra mediante el uso de un lenguaje impersonal. Al usar estructuras impersonales se omiten los agentes y de esta forma el texto se organiza en función de las ideas y no en función de los agentes. Como se vio anteriormente con las nominalizaciones se crea distancia entre el evento y el participante logrando así un lenguaje objetivo. En español, las construcciones impersonales pueden darse de tres formas:
 a) Ejemplo del uso del se impersonal
1. En la actualidad muchas personas consideran que los que emigran roban sus trabajos. 1a. En la actualidad se considera que los inmigrantes...
2. Algunas gentes piensan que Borges es un buen autor. 2a.  Se piensa que Borges es uno de los mejores autores.
b) Ejemplo del se pasivo
1. Algunos consideran las políticas migratorias absurdas. 1a. Las políticas migratorias se consideran absurdas por los congresistas.
2. Mucha de la gente presenta problemas sociales en sus obras. 2a. En las obras se presentan problemas sociales
c) Ejemplo de construcción impersonal con ser + adjetivo
1. La gente vincula a los chicanos con personas que trabajan en fábricas 2. Desde un punto de vista diacrónico, es importante notar la tradicional vinculación del término con la clase trabajadora.